Cada inicio de año me gusta proponer a mis alumnos una actividad que nunca falla: un balance del año pasado. Es increíble observar las reacciones que surgen. Al principio, algunos se resisten, otros se encogen de hombros, y muchos parecen dudar de si hay algo realmente bueno que destacar. Sin embargo, cuando terminamos, algo cambia: los rostros se iluminan, las sonrisas aparecen, y la energía en el ambiente es más positiva.
¿Por qué sucede esto? Porque solemos ser nuestros peores críticos. Pensamos en lo que faltó, en lo que no logramos, o en las metas que quedaron a medias. Pero cuando nos detenemos, desglosamos el año y lo miramos con cariño, nos damos cuenta de que fue mucho mejor de lo que creíamos. Y no solo por los logros finales, sino por todo lo que aprendimos y vivimos en el camino.
Aprendiendo a valorar el camino
Es aquí donde entra algo fundamental: aprender a valorar el camino, no solo la meta. A veces, no alcanzaremos aquello que nos propusimos, pero el recorrido puede regalarnos experiencias inesperadas, enseñanzas valiosas, e incluso llevarnos a descubrir que lo que deseábamos no era realmente lo que queríamos.
En mindfulness, esto se llama intención. La intención es como una brújula: nos guía, pero no nos limita. Es flexible, amable, y puede cambiar si lo necesitamos. Lo importante es que nos ayuda a no perdernos en el camino.
Un ejemplo sobre ruedas
Déjame contarte algo personal. Hace años que digo que quiero hacer un triatlón. Nada extremo, un triatlón pequeño (por cierto, ¿por qué no se llama ironwoman o ironpeople?). Pero siempre encontraba excusas: mi bicicleta no es buena, el tiempo no alcanza, etc.
Este año decidí dar un paso, sin presionarme con la meta final. Mi intención fue simple: entrenar bicicleta una vez a la semana. ¿El resultado? No sé si llegaré al triatlón, pero he descubierto un deporte nuevo, muevo partes de mi cuerpo que no trabajo ni nadando ni corriendo, y he creado una conexión especial con mi amiga Vivi, una amante del ciclismo. Cada vez que le envío un mensaje contándole mis progresos, sé que le arranco una sonrisa de orgullo. Y yo también me siento orgullosa.
Quizá nunca haga el triatlón, pero ya estoy recogiendo los frutos del camino.
Disfrutando el proceso
Sé que a veces nuestras metas nos exigen tanto que es difícil disfrutar del proceso. Pero podemos intentarlo desde el presente, pidiendo ayuda, riendo con los demás, y recordándonos que no todo pensamiento negativo merece atención. Cuando esos pensamientos aparezcan, di: “Gracias, señor pensamiento, pero ahora no puedo atenderte.”
Imagina que miras tu año desde una nube, viendo todo desde arriba, con perspectiva. Desde esa altura, los pequeños logros destacan, las conexiones brillan, y lo que parecía insignificante desde abajo cobra un nuevo sentido.
Hagamos el balance. Valoremos el camino. Y aprendamos a mirar la vida como si la viéramos desde las alturas: con amor, gratitud y una sonrisa.