Una pregunta que se repite generación tras generación:
¿Qué quieres ser cuando seas mayor?
Hasta aquí, parece una pregunta inocente. Pero si observamos con atención, las respuestas y el contexto detrás de esa pregunta eran muy distintos para niños y para niñas.
A los niños se les animaba a soñar en grande: astronauta, futbolista, presidente, inventor. A las niñas… no tanto. Las respuestas aceptadas socialmente eran: ser mamá (y que conste, ¡a mí me encanta ser mamá!), bailarina, princesa. Las más “atrevidas” decían profesora o enfermera. Todas profesiones maravillosas, claro, pero… ¿eran elecciones libres? ¿O eran las únicas opciones que nos dejaban imaginar?
¿Qué pasaba si una niña quería ser médica, ingeniera, profesora universitaria o directora de una empresa? Durante mucho tiempo, simplemente no era posible: porque no había oportunidades, o porque directamente se nos prohibía estudiar, o porque se nos decía que eso “no era para nosotras”.
Estoy hablando del mundo occidental, pero todos sabemos que en muchas partes del planeta esta desigualdad sigue siendo abismal. Aunque eso es tema para otro día.
Volviendo a “nuestro” mundo moderno, quiero decir algo que me preocupa:
La desigualdad de género sigue existiendo.
Y, lo que es peor, se está transformando.
Unos días atrás leí una noticia que me impactó profundamente: en España, está aumentando el número de jóvenes que ven el feminismo como una amenaza, creyendo que las mujeres les están quitando protagonismo o accediendo a puestos que, según ellos, deberían ser suyos.
Pero la realidad es que las mujeres no estamos arrebatando nada a nadie.
No ocupamos espacios que “pertenecen” a los hombres, porque esos lugares son de todos, por derecho.
Estamos ahí porque nos esforzamos, trabajamos y estudiamos.
Porque, a lo largo de la historia, hemos tenido que luchar el doble para llegar a donde queríamos.
Para acceder a oportunidades que antes solo estaban al alcance de los hombres por el simple hecho de haber nacido hombres.



Esto no significa que los hombres no se esfuercen, sino que las mujeres no estamos aquí para quitarles nada, sino para competir en igualdad de condiciones, de tú a tú.
Y aunque a veces parece que avanzamos, siempre llegan nuevas olas que intentan arrastrarnos de vuelta al fondo.
Pero nosotras estamos acostumbradas a remar.
Y, como tantas veces antes, volveremos a alcanzar la orilla.
Este texto no es una crítica al hombre. Estoy segura de que si en lugar de un patriarcado hubiéramos vivido en un matriarcado, los errores podrían haber sido similares. El poder, cuando no se equilibra, tiende a excluir. Hay, de hecho, algunas tribus en el mundo donde gobierna el matriarcado, pero no podemos comparar: en muchas de ellas, el hombre vive incluso con privilegios.
Lo que quiero decir es que este texto no es contra nadie.
Es a favor de algo:
Del derecho de las niñas a soñar sin límites.
Del derecho de las mujeres a ocupar cualquier espacio.
Del derecho de todas las personas, sin importar su género, a imaginar y construir el futuro que desean.


Soy madre de un chico.
Y mi mayor deseo es que él crezca en un mundo donde ser hombre o mujer no te condicione.
Donde no haya sueños prohibidos por el género.
Donde se valore el talento, la sensibilidad, la inteligencia y la humanidad, sin etiquetas.
Un homenaje a todas las mujeres: incluso cuando dudamos, somos más fuertes de lo que imaginamos.