COMPETIR (SIN PERDERME)

Yo misma con mi entrenador, Cassiano Leal

¿Quería competir… o no?

El sábado pasado fui a competir.
La verdad es que, en un principio, decía que no quería hacerlo. Pero siendo sincera… ¿cómo negar que tengo ese gen competitivo que a veces se activa con fuerza? No siempre, claro, pero está ahí, latente. Y a veces se disfraza de algo más complejo: la comparación.

Esa vocecita que aparece en mi mente, que me susurra si alguien lo hace mejor o peor, si yo estoy “a la altura”…
Esa voz, cuando no la observo con atención, puede hacerme desistir de cosas que en realidad me entusiasman, me motivan, me llenan de alegría, dopamina y adrenalina.

Competir sí… ¿pero desde dónde?

Competir, en cierto modo, forma parte de mí. Pero he aprendido que necesito ir con cuidado, porque cuando compito desde la comparación, me bloqueo.

Yo soy Raquel. Tengo 52 años, me gusta nadar y en el agua me siento bien.
Nado desde que tengo unos tres años. El agua ha sido siempre un espacio donde me siento cómoda, libre y feliz.
Y creo que eso es lo que más importa: no perder la felicidad.
Cuando eso está presente, lo demás se acomoda en su justo lugar.

No compararme con nadie

Ni con los que están “más arriba”, ni con los que están “más abajo”.
Yo soy yo. Y mi compromiso es con mi propio esfuerzo, con hacer lo mejor posible desde donde estoy.

Cada persona tiene su historia, sus circunstancias, su punto de partida. Y por eso, compararse no tiene sentido.
Es como medir dos caminos distintos con la misma regla.

Pensamientos que no siempre reconocemos

A veces, ni siquiera nos damos cuenta de que nos comparamos. Lo hacemos de forma automática, inconsciente.
Y también es cierto que a veces nos cuesta admitirlo.
¿Quién no ha pensado alguna vez “yo lo haría mejor”?
Que levante la mano el que no.

No es el pensamiento en sí lo que nos hace daño, sino el hábito repetido de comparar, de restarnos valor, de poner el foco fuera.

Una lección del mindfulness

Recuerdo que fue durante una práctica de mindfulness, en mi formación como instructora, que noté ese patrón en mí:
la idea de que otros eran mejores —conducían mejor la práctica, se movían con más gracia, parecían más seguros— o incluso el pensamiento de “yo haría esto de otra manera”.

Pero… ¿acaso esas personas vivieron lo mismo que yo? ¿Tuvieron la misma historia, las mismas dificultades, los mismos aprendizajes?
Seguro que no.
Tal vez llegamos al mismo lugar, pero desde caminos completamente distintos.
Y eso no nos hace ni mejores ni peores. Solo diferentes.

Volver a la raíz

Y sí, cuando se compite, se quiere ganar. Es parte del juego.
Pero no olvidemos nuestro camino, nuestra raíz, nuestra historia.
Porque cuando la llegada está conectada con todo eso, se vuelve más significativa. Más bonita.

Un apunte sobre las redes sociales

Quizás por eso las redes sociales pueden ser un campo minado para la comparación.
Porque ahí solo vemos una parte de la historia, una imagen congelada, un logro sin contexto.

Por eso hoy me quedo con algo más real: el placer de haber competido, de haberme lanzado al agua con todo lo que soy.
Sin compararme. Solo nadando. Y siendo yo.

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