Nos comemos las emociones.

Atención plena
Equilibrio.

Nos comemos las emociones. Yo lo hice durante 14 años. Lo peor no fue solo tragarlas, sino también vomitarlas. Durante esos años, sufrí bulimia nerviosa. Me comía las emociones, me las tragaba todas.

Mirando hacia atrás, no puedo decir que fue algo positivo, pero sí puedo afirmar que me trajo hasta donde estoy hoy.

La primera vez que vomité tenía unos 18 años. Recuerdo claramente el “clic” que hizo mi cabeza. En una familia donde la belleza era casi un bien supremo, donde el cuerpo importaba tanto, mi bisabuela —una mujer maravillosa, guerrera y cariñosa— me dijo una frase que cambiaría mi vida: “Estás fea, estás gordita”.

Lo primero que pensé fue: “No me dejarán hacer dieta, pero puedo comer y vomitar”. Y así lo hice durante años, hasta perder los kilos que creía tener que perder. Pero, ¿paré cuando alcancé el peso “ideal”? Claro que no. Porque el “peso ideal” no existe en alguien que está enfermo. Nunca estás lo suficientemente delgada. Y aunque nunca fui gorda, desde ese momento siempre me sentí así.

Pero vomitar no fue lo peor. Lo peor fue la inestabilidad emocional: el desequilibrio, el miedo, la inseguridad, la compulsión. Los momentos de ira y de tristeza, que aunque todos los experimentan, en mí estaban amplificados. Comer y vomitar se convirtió en mi forma de lidiar con mis emociones. Yo siempre aparentaba estar bien, feliz, llena de energía. Pero, en el fondo, era frágil. Necesitaba llorar, necesitaba un abrazo que nunca permití, porque no me dejaba querer ni cuidar.

Y ese dolor interno, ¿cómo lo pagaba? Comiendo. Haciendo ejercicio hasta el agotamiento. Mi vida era un ciclo de todo o nada, intensa en todo sentido. ¿Cuántas veces me llamaron intensa?

Fueron 14 años de bulimia. Dejar de vomitar fue solo el principio. Lo más difícil fue aprender a amarme a mí misma, de una manera genuina, no solo de boca para afuera. Aprender a querer mi cuerpo tal como es, a aceptarme tanto en mis momentos de intensidad como en los de calma.

Hoy, después de casi 18 años de mi recuperación —un proceso continuo— puedo pesarme sin miedo. He aprendido a disfrutar del deporte, no como una herramienta para adelgazar, sino como algo que me hace feliz, que me desafía, que me da salud, y donde conozco personas increíbles. He aprendido que comerme un helado es posible, porque en la vida todo tiene un equilibrio.

Aún tengo mucho que aprender y mejorar, pero siento que voy por buen camino.

Sé que las redes sociales y las comparaciones juegan un papel en muchos de estos trastornos. Sin embargo, en mi época no existían, y aun así caí. Como madre, educadora, instructora de mindfulness y superviviente de un trastorno alimentario, creo que etiquetar a los niños, hablar constantemente de su peso o cuestionar lo que comen, dar demasiada importancia a la apariencia desde pequeños, son factores que realmente influyen.

Aquí cuento mi historia. Mi punto de vista. Seguro que cada quien tiene su propio relato, pero este es el mío. Espero que te invite a reflexionar.

El mindfulness, mi hijo, mi marido, Brasil, el deporte, la psicología positiva, pero sobre todo mi voluntad de mejorar, me salvaron de mí misma.

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