Reinventarse en Tierra Extraña: Mi Viaje de Desafíos y Oportunidades

La vida está llena de cambios.

Hace 12 años, cuando mi marido y yo decidimos mudarnos a Brasil, no imaginaba lo que ese cambio traería a mi vida. No voy a decir que todo fue un camino de rosas, porque ningún cambio lo es. Cada transformación profunda está llena de matices, con momentos de entusiasmo y otros de incertidumbre. Decir que fue fácil sería simplificar demasiado lo que significa empezar de nuevo en nuevo país.

El primer año fue una mezcla de emociones intensas. Sentía curiosidad y entusiasmo por descubrir un mundo diferente, pero también una nostalgia profunda por las personas y cosas que dejé atrás. Hubo desafíos que nunca imaginé enfrentar: no dominaba el idioma, no sabía moverme por la ciudad, y, además, tenía que buscar trabajo. Y eso fue quizás lo más difícil. Tenía 40 años y un niño pequeño, lo que me hacía sentir aún más vulnerable. Cada entrevista de trabajo era un reto, y cada rechazo golpeaba fuerte. Hubo momentos en los que pensé que quizás no lograría adaptarme, que tal vez no encontraría mi lugar aquí. A veces, el miedo de no estar a la altura de las expectativas me invadía.

Aún así, la necesidad de reinventarme fue inevitable. Empecé a trabajar en algo que nunca había hecho antes, salir de mi zona de confort. Pero en ese proceso, descubrí una fuerza que no sabía que tenía. Me di cuenta de que la capacidad de adaptación es una fortaleza poderosa. Mi cuñada siempre me decía que era una de las personas que ella conocía con mayor capacidad de adaptación, que tenía una manera ligera de enfrentar las cosas. En medio de los desafíos lograba encontrar algo positivo en lo que aferrarme. Cada día, Brasil me ofrecía y me ofrece oportunidades, y aunque algunas cosas no funcionan o pueden mejorar, las personas que conocí y sigo conociendo y las lecciones que aprendí valían cada esfuerzo.

No puedo olvidar la distancia con mi familia. Mis padres, aunque están bien, están lejos. Y no poder estar ahí para ellos como lo hacía antes ha sido un peso emocional con el que he aprendido a vivir. Es esa sensación constante de estar dividida entre dos mundos, entre el deseo de estar presente para quienes amas y el compromiso con la vida que has construido lejos. Ese tipo de pensamientos te persiguen, y a veces la nostalgia golpea.

La Raquel que llegó aquí no es la misma que escribe estas líneas. Ha cambiado mucho, y creo que para mejor. Brasil me ha permitido hacer cosas que nunca había imaginado. Aprendí a conducir, algo que nunca había sido necesario en Barcelona, y ese simple acto me dio una nueva confianza en lo que soy capaz de lograr. Volví a estudiar, a nadar, a competir y a ser parte de un equipo. La vida aquí me ha hecho crecer de maneras que no había anticipado.

Sin embargo, no siempre fue sencillo. El primer año me aferraba a mi vida anterior, a mis amigos y a mi trabajo en Barcelona. Idealicé una vida que ya no existía, y me sorprendía echando de menos a personas con las que apenas mantenía contacto. Estaba, sin darme cuenta, frenando mi adaptación y mi disfrute del presente. Me di cuenta que para ser feliz en mi nueva vida tenía que alejarme un poco de mi vida en España,  y eso no quiere decir que me haya olvidado de ellos sino que si quiero vivir aqui tengo que desapegar.

Con el tiempo, encontré un equilibrio. Agradezco haber tenido oportunidades que me han permitido forjar una carrera aquí, y estoy profundamente agradecida a mis alumnos, que confían en mí y me recomiendan. Pero, aunque me siento afortunada, no olvido que sigo siendo una inmigrante. Y lo soy con suerte. No todos los inmigrantes tienen las mismas oportunidades ni la misma facilidad para encontrar su lugar.

Para muchos, ser inmigrante significa enfrentarse a barreras más altas: la discriminación, la falta de recursos, el aislamiento o la dificultad para acceder a un trabajo digno. No todos tienen el privilegio de contar con un apoyo cercano o las herramientas necesarias para integrarse en un nuevo país. Cada historia de inmigración es diferente, y aunque la mía ha sido afortunada, no puedo dejar de pensar en aquellos que luchan más duro y, aun así, siguen adelante con una fuerza admirable.

La vida en otro país transforma profundamente. Te enseña a valorar por cada oportunidad, por cada persona que extiende una mano amiga. Hoy, me siento agradecida por todo lo que Brasil me ha ofrecido y por las lecciones que sigo aprendiendo aquí. Mi historia es solo una entre tantas, pero espero que al compartirla, otros encuentren en sus propios desafíos una oportunidad para florecer, y que no olvidemos a aquellos que, con menos suerte, también buscan su lugar bajo el sol.

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