Hoy es 9 de diciembre de 2024, y me parece importante decirlo porque quizás leas este artículo mucho más adelante. Es posible que lo que estoy a punto de compartir ya no sea reciente, pero las emociones que viví merecen ser recordadas y contadas.
La semana pasada estuve un poco “desaparecida”. Fue una semana de emociones intensas, la mayoría positivas, aunque, claro, no todas lo fueron. Porque, como sabemos, si todas fueran positivas, algo no estaría bien. Hubo alegría, orgullo, ternura, pero también algo de ansiedad y tristeza, aunque nada grave.
¿Y qué pasó?
Mi hijo fue convocado para la selección brasileña de balonmano de playa, un deporte que recomiendo mucho conocer por su belleza y dinamismo. La semana pasada viajó a Chile para un campeonato, y toda mi atención, aparte del trabajo, estuvo puesta en ese gran momento. Era un debut muy especial, y sabía que tratar de escribir en medio de todo eso no fluiría. Mi corazón estaba en Chile, no en el teclado.
Decidí priorizar lo que era realmente importante para mí en ese instante: mi hijo, su esfuerzo, su alegría y ese logro. Lo hice sin culpa, sin pensamientos intrusivos, disfrutando plenamente de la alegría del momento.
Y esto me llevó a reflexionar: ¿cuántos momentos dejamos pasar sin vivirlos con la intensidad que merecen? A menudo permitimos que nuestras preocupaciones, muchas veces ficticias o irrelevantes, ocupen nuestra mente y nos roben el presente. Sabemos que más del 90% de nuestras preocupaciones nunca se materializan, pero aun así dejamos que nos dominen.
La semana pasada experimenté un cóctel de emociones: alegría, tristeza, decepción, rabia, ternura… Pero, sin duda, la emoción que más viví fue orgullo.



Orgullo por mi hijo, por su fortaleza, su determinación y el ser humano increíble que es. Orgullo por su equipo, que con tan poco tiempo de preparación llegó tan lejos. Orgullo y gratitud hacia sus entrenadores y hacia todos los que han acompañado a Unai en este camino. Y, por supuesto, orgullo por mi marido y por mí misma. Porque ser padres no es fácil, pero verlo ahí, disfrutando y dando lo mejor de sí, nos hace sentir que algo estamos haciendo bien.
Este texto, además de ser un homenaje a mi hijo y al balonmano de playa, es un recordatorio: lo urgente no siempre es lo importante.
Cuando estamos frente a algo verdaderamente importante, aunque sea por unos minutos, debemos estar presentes en cuerpo y alma. El mindfulness nos invita precisamente a eso: a vivir el momento, a conectar con nuestras emociones sin juicios, permitiéndonos sentirlas en su máxima intensidad y belleza.
Una pequeña práctica para estar presentes
Cuando sientas que lo urgente está ganando la batalla frente a lo importante, prueba este sencillo ejercicio:
- Cierra los ojos y respira profundamente tres veces.
- Lleva tu atención al momento presente: ¿qué ves, qué escuchas, qué sientes en tu cuerpo?
- Pregúntate: ¿Qué es lo verdaderamente importante ahora?
- Quédate con esa sensación por unos minutos, permitiéndote disfrutar de la experiencia con toda tu atención.
Ahora te pregunto: ¿cuándo fue la última vez que decidiste priorizar lo importante sobre lo urgente? ¿Qué hiciste para estar plenamente presente en ese momento?