El fondo del pozo y la decisión de salir
Cuando alguien me pregunta cómo salí de la bulimia, siempre digo que en el fondo me quería mucho… pero la verdad es que no fue tan simple.
Durante 14 años, mi relación con la comida fue una batalla constante. Un día, en terapia, mi psicóloga me dijo: “Sabes que puedes morir haciendo lo que haces, ¿verdad?” Esa frase me golpeó como un rayo. Me imaginé sola en mi apartamento, muerta, sin que nadie lo supiera. Y en ese momento, no fue el amor propio lo que me hizo reaccionar, sino la vergüenza de que me encontraran así.
La vergüenza, o quizás el instinto de supervivencia, fue lo que me llevó a iniciar mi proceso de sanación. No fue fácil. No fue rápido. Pero fue el comienzo.
El amor propio no llegó de inmediato
Mucha gente que me conocía me veía segura, alegre, con energía. Pero por dentro, no era así. Me sentía gorda, fea, poco amada, dependiente y, muchas veces, sola. Mi carácter jovial ocultaba lo que realmente pasaba en mi interior.
A veces me miraba al espejo y me gustaba lo que veía. Otras veces, no. Había días en los que me sentía fuerte, y otros en los que volvía a sentirme prisionera de mis pensamientos.
La recuperación no es una línea recta. Es un proceso con idas y vueltas. Y en mi caso, aunque había dejado de vomitar, mi relación con la comida y con mi cuerpo seguía siendo un desafío.
La llegada de Junior y Unai: descubrir el amor de verdad
En medio de este proceso conocí a mi marido, Junior. Aún no estaba completamente curada, pero él me miró y vio en mí algo más que una mujer simpática y alegre. Un día me dijo:
“Eres un diamante en bruto. Solo tienes que pulirte.”
Por primera vez, alguien veía en mí algo más profundo, algo más allá de mi apariencia o mi carácter.
Después llegó Unai, nuestro hijo. Y con él, aprendí lo que era el amor incondicional. No importaba cómo me viera, él me amaba tal como era. Y entonces empecé a entender que, si él podía amarme así, quizás yo también podía aprender a hacerlo.
No somos suficientes… para nosotros mismos
¿Por qué nos cuesta tanto amarnos? Aceptamos a nuestros amigos con sus defectos y virtudes, los queremos sin importar si son altos o bajos, gordos o delgados, ricos o pobres. Pero con nosotros mismos no hacemos lo mismo.
Nos exigimos alcanzar un ideal que ni siquiera sabemos si existe. Y cuando llegamos a él, volvemos a cambiarlo, nos ponemos nuevas metas, nuevos estándares imposibles.
Hoy, con 52 años, sigo teniendo cosas que no me gustan de mí. Hacerse mayor no es fácil. Pero estoy aprendiendo a amarme con mis canas, mis arrugas y todo lo que venga con la edad.
Eso no significa que no me cuide. Al contrario. Este cuerpo, que soportó tantos años de castigo, merece ser cuidado. Merezco comer bien, hacer ejercicio, hidratarme, amar, amarme y ser feliz.
Un recordatorio final
Si hoy te miras al espejo y no te ves suficiente, pregúntate:
“¿No me quiero porque realmente no lo merezco… o porque aprendí a no hacerlo?”
Porque la verdad es que ya eres suficiente. Solo falta que lo creas.